11.7.12

leccións de anatomía

Suárez sentado no seu escano durante o 23f
segundo Borges, "cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es" (p. 18).


Anatomía de un instante explora o significado das instantáneas captadas no Congreso dos Deputados durante o golpe de estado do 23 de febreiro de 1981; repasa motivos, preparación e execución.


varios protagonistas: os tres políticos que non se agocharon das balas ese día no Congreso (Suárez, Gutiérrez Mellado e Carrillo) e os tres artífices principais do golpe (Tejero, Miláns del Bosch e Armada); esbózanse xogos de espellos entre eles e explóranse relacións, motivacións e diferenzas mútuas. Sobre todos, Adolfo Suárez eríxese coma protagonista absoluto.


examínase tamén o papel de el-Rei como principal actor do contragolpe e queda sen resolver unha interrogante, quizás esencial: saber se os servizos de intelixencia do Estado participaron no golpe, e a que nivel: o "enigma Cortina".


Adolfo Suárez concitaba todo tipo de fobias, tanto por parte de golpistas como de non-golpistas; derrubalo e desatrancar a situación á que a súa "nefasta" xestión levara a España era, supostamente, a motivación fundamental do golpe. Para o autor tampouco é inicialmente atractivo:


"mentiría (...) si dijera que Suárez me inspiraba por entonces demasiada simpatía: mientras estuvo en el poder yo era un adolescente y nunca lo consideré más que un escalador del franquismo que había prosperado partiéndose el espinazo a fuerza de reverencias, un político oportunista, reaccionario, beatón, superficial y marrullero que encarnaba lo que yo más detestaba en mi país y a quien mucho me temo que identificaba con mi padre, suarista pertinaz; con el tiempo mi opinión sobre mi padre había mejorado, pero no mi opinión sobre Suárez, o no en exceso: ahora, un cuarto de siglo después, apenas lo tenía por un político de onda corta cuyo mérito principal consistía en haber estado en el lugar en el que había que estar y en el momento en el que había que estarlo" (pp. 18-19)


pero xunto ao "entendemento" sobre o 23f e os seus actores, o libro trata tamén a natureza do poder político: como se procura, como se exerce e como se renuncia.


"hacia 1927 Ortega y Gasset intentó describir al político excepcional y acabó tal vez describiendo al político puro. Éste, para Ortega, no es un hombre éticamente irreprochable, ni tiene por qué serlo (Ortega considera insuficiente o mezquino juzgar éticamente al político: hay que juzgarlo políticamente); en su naturaleza conviven algunas cualidades que en abstracto suelen considerarse virtudes con otras que en abstracto suelen considerarse defectos, pero aquéllas no le son menos consustanciales que éstos. Enumero algunas virtudes: la inteligencia natural, el coraje, la serenidad, la garra, la astucia, la resistencia, la sanidad de los instintos, la capacidad de conciliar lo inconciliable. Enumero algunos defectos: la impulsividad, la inquietud constante, la falta de escrúpulos, el talento para el engaño, la vulgaridad o ausencia de refinamiento en sus ideas y sus gustos; también, la ausencia de vida interior o de personalidad definida, lo que lo convierte en un histrión camaleónico y un ser transparente cuyo secreto máis recóndito consiste en que carece de secreto. El político puro es lo contrario de un ideólogo, pero no es sólo un hombre de acción; tampoco es exactamente lo contrario de un intelectual: posee el entusiasmo del intelectual por el conocimiento, pero lo ha invertido por entero en detectar lo muerto en aquello que parece vivir y en afinar el ingrediente esencial y la primera virtud de su oficio: la intuición histórica. Así es como la llamaba Ortega; Isaiah Berlin la hubiera llamado de otra forma: la hubiera llamado sentido de la realidad, un don transitorio que no se aprende en las universidades ni en los libros y que supone una cierta familiaridad con los hechos relevantes que permite a ciertos políticos y en ciertos momentos saber 'qué encaja con qué, qué puede hacerse en determinadas circunstancias y qué no, qué métodos van a ser útiles en qué situaciones y en qué medida, sin que eso quiera necesariamente decir que sean capaces de explicar cómo lo saben ni incluso qué saben'. El vademécum orteguiano del político puro no es inatacable; no lo he resumido aquí porque lo sea, sino porque propone un retrato exacto del futuro Adolfo Suárez. Es verdad que entre las cualidades del político puro Ortega apenas menciona de pasada la que con más insistencia se reprochó a Suárez en su día: la ambición; pero eso es así porque Ortega sabe que para un político, como para un artista o para un científico, la ambición no es una cualidad -una virtud o un defecto-, sino una simple premisa" (pp. 338-339)


dende que el-Rei nomea a Suárez presidente do goberno:


"el Rey recibió una terna que incluía el nombre del elegido. Suárez lo sabía; mejor dicho: sabía que iba en la terna, pero no sabía que era el elegido pero lo intuía, y aquella tarde de sábado, mientras aguardaba la llamada del rey en su casa de Puerta del Hierro -por fin vivía en Puerta de Hierro y por eso era ministro y podía ser presidente del gobierno-, las dudas lo consumían. En sus últimos años de lucidez Suárez recordó algunas veces esa escena en público, al menos una de ellas en televisión, viejo, canoso y con la misma sonrisa melancólica de triunfo con que Julien Sorel o Lucien Rubempré o Frédéric Moreau hubieran recordado al final de su vida su momento máximo, o con la misma irónica sonrisa de fracaso con que un hombre que ha vendido su alma al diablo recuerda pasados muchos años el momento en que el diablo cumplió finalmente su parte del trato. Suárez conocía las cábalas del Rey y Fernández Miranda, las seguridades de Fernández Miranda y las dudas del Rey, sabía que el Rey apreciaba su fidelidad, su encanto personal y la eficacia que había demostrado en el gobierno, pero no estaba seguro de que a última hora la preudencia o el temor o el conformismo no le aconsejaran olvidar el atrevimiento de nombrar a un segundón de la política y un casi desconocido para la opinión pública como él y optar por la veteranía de Federico Silva Muñoz o Gregorio López Bravo, los otros dos integrantes de la terna. Nunca había querido ser otra cosa, nunca había soñado con ser otra cosa, siempre había sido un asceta del poder, y ahora que todo parecía dispuesto para permitirle saciar su hambre en carne viva y su ambición de plenitud vital intuía que si no lo conseguía ya no iba a conseguirlo nunca. Se sentó impaciente junto al teléfono y por fin, en algún momento de la tarde, el teléfono sonó. Era el Rey; le preguntó qué estaba haciendo. Nada, contestó. Estaba ordenando papeles. Ah, dijo el Rey, y a continuación le preguntó por su familia. Están de veraneo, explicó. En Ibiza.  Yo me he quedado solo con Mariam. Él sabía que el Rey sabía que él sabía, pero no dijo nada más y, tras un silencio brevísimo que vivió como si fuera eterno, se decidió a preguntarle al Rey si quería algo. Nada, dijo el Rey. Sólo saber cómo estabas. Luego el Rey se despidió y Suárez colgó el teléfono con la certeza que el monarca se había acobardado y había nombrado a Silva o López Bravo y no había tenido valor para darle la noticia. Poco después volvió a sonar el teléfono: volvía a ser el Rey. Oye, Adolfo, le dijo. ¿Por qué no vienes para acá? Quiero hablarte de un asunto. Trató de dominar la euforia y, mientras se vestía y cogía el Seat 127 de su mujer y conducía hacia la Zarzuela entre el tráfico escaso de un fin de semana veraniego, a fin de protegerse de un desengaño contra el que estaba indefenso se repitió una y otra vez que el Rey sólo le llamaba para pedirle disculpas por no haberlo elegido, para explicarle su decisión, para asegurarle que seguía contando con él, para envolverlo en protestas de amistad y afecto. En la  Zarzuela le recibió un ayudante de campo, que le hizo esperar unos minutos y luego le invitó a entrar en el despacho del Rey. Entró, pero no vio a nadie, y en aquel momento pudo experimentar una aguda sensación de irrealidad, como si estuviese a punto de concluir bruscamente una representación teatral que llevaba muchos años interpretando sin saberlo. De ese segundo de pánico o de desconcierto lo sacó una carcajada a sus espaldas; se volvió: el Rey se había escondido detrás de la puerta de su despacho. Tengo que pedirte un favor, Adolfo, le dijo a bocajarro. Quiero que seas presidente del gobierno. No dio un alarido de júbilo; todo lo que consiguió articular fue: Joder, Majestad, creí que no ibas a pedírmelo nunca" (pp. 354-6)


ata que este dimite ante el-Rei un lustro despois:


"una agonía es una agonía, y algunos muertos se resisten a morir, aunque sepan que ya están muertos. Lo cierto es que sólo tres semanas después de la meridiana admonición navideña del monarca Suárez les dijo a sus más allegados que abandonaba la presidencia del gobierno. El día 27 se lo dijo al Rey en su despacho de la Zarzuela. El Rey no fingió: no le pidió que le explicara las razones de su dimisión, no hizo el menor amago protocolario de recharzarla ni le preguntó protocolariamente si la había meditado bien, tampoco tuvo una palabra de gratitud para el presidente que le había ayudado a conservar la Corona; se limitó a llamar a su secretario, el general Sabino Fernández Campo, y a decirle en cuanto entró en el despacho, mirándole a él pero señalando a Suárez con un dedo sin caridad: Éste se va" (p. 147)


semellan ter cambiado moitas cousas: Cercas explica a evolución de Suárez dende as filas do franquismo máis rancio a unha especie de centrismo esquerdista utilizando El general De la Rovere (Rossellini): nesa película, un farsante, Bardone, finxe ser o xeral partisano De la Rovere e metése tanto no papel que acaba asumindo a nova personalidade, inda que isto supón ser fusilado polos nazis.


entender a violencia da renuncia semella fundamental para entender a loita política:


"tres días después del golpe de estado [Suárez] partió a unas largas vacaciones por Estados Unidos y el Caribe en compañía de su mujer y de un grupo de amigos; era la espantada comprensible de un hombre deshecho y hastiado hasta el límite, pero también de una mala manera de dejar la presidencia, porque significaba abandonar a su sucesor: no le traspasó sus poderes, no le dejó una sola indicación ni le dio un solo consejo, y lo único que encontró Leopoldo Calvo Sotelo en su despacho de la Moncloa fue una caja fuerte con sus secretos de gobernante pero cuyo único contenido resultó ser, según comprobó después de que la forzaran los cerrajeros, un papel doblado en cuatro partes donde Suárez había anotado de su puño y letra la combinación de la caja fuerte, como si hubiera querido gastarle una broma a su sustituto o como si hubiera querido aleccionarle sobre la esencia verdadera del poder o como si hubiera querido revelarle que en realidad sólo era un histrión camaleónico sin vida interior o personalidad definida y un ser transparente cuyo secreto más recóndito consistía en que carecía de secreto" (p. 388)


para o xuízo final Cercas volve á relación con seu pai: a diverxencia da xuventude mudada. Coma con toda análise historiográfica é básico discernir a quen se deixa ben e a quen mal; e as motivacións. Neste caso non é doado sabelo. Entre outras cousas afírmase que os golpistas, no seu fracaso, quizás conseguiron cousas, por oposición, que moitos buscaban sen saber como lograr. A sociedade civil leva un cero e das "periferias" case nin pegada; excepción feita, por suposto, do terrorismo de ETA e a "resposta" do Estado ante el.


REFERENCIAS:

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